Joe
Sánchez, cansado ya de trabajar diariamente veinticinco horas y veinte minutos
oyó la queja de su mujer.
-
Eso no es posible, lo máximo que puede trabajar una persona es una jornada de
24 horas, y eso, falta restarle las horas de sueño y las de comida, que en tu
caso son equivalentes. Así que en el peor de los casos tú trabajarías unas
quince a lo mucho. Exagerando muchisisísimo unas veinte, pero de cualquier modo
deberías trabajar sólo 8. Dice el tío Juancho que anda en eso del budismo, que
trabajar más de 6 es inmoral, porque con un desempleo del 25 por ciento, si
todos los que trabajan, trabajaran 25 por ciento menos, todos tendríamos
trabajo, además…
Joe le
decía que no, que seguramente El Más Allá le estaba reservando horas de trabajo
para cuando muriera y cada hora que debiera sobre una estimación de 25 al día,
se las cobrarían después de la muerte. Tenía la teoría de que eso era un
pacto demoniaco porque el diablo, veía en sus colegas fotógrafos unos
competidores desleales. “Que irá a ser de nosotros y de tu negocio cariño,
estamos envejeciendo y no tenemos nada, quisiera que alguien me contestara”.
Ese día, antes de montar su estante en la plaza, decidió jugar por primera vez
con su vecino de puesto, el adivino de los pajaritos. Un hombre anciano, con
muchos achaques, al que siempre le preguntaba si podía adivinar el momento de
su propia muerte. El anciano se reía sentado desde la banca mostrando los
huecos entre sus dientes. “Soy feliz pero no me caería mal la muerte, la vida
debería acercarte un veneno cuando lo que respiras no es aire” El juego del que
vivía ese hombre y que ofrecía como magia era simple: el hombre montaba sobre
una mesa alta y plegable una jaula donde había un canario y enfrente una
cajita de madera con papelitos doblados de colores que con el contraste del
color del animal hacían una fiesta a los ojos. El cliente que demandaba datos
sobre su suerte abría la puerta al canario que el ave tomaba como una
invitación y salía dando brincos pequeños como si el piso de la jaula estuviera
caliente, iba a la caja de donde sacaba
con el pico un papel. Mientras el viejo hacia un esfuerzo para levantarse de la
banca, enfocaba el texto del papel, lo leía, y luego se lo mostraba a su cliente
como si fuera prueba de que no mentía. Todo lo escrito es cierto, aunque sea
contradictorio. Cualquiera podía adivinar en qué sentido iba la suerte por las
muecas de los participantes. Su suerte quedó echada.
“Alguien
te pedirá algo imposible y lograrás complacerlo”
Joe se
quedó pensando con la mirada al aire por unos instantes. Luego sonrió. Pensó
que el canario se refería a su mujer quien desde hacía unos días se había
vuelto un tanto fogosa o quizá pasional y había pedido cosas que en ese
momento, ya alejado de su mejor época, le parecían milagros. Aunque sabía, como
también sabía la ciencia médica que no era lo mismo milagros que imposibles,
Joe le alcanzó a acariciar su pequeña cabeza al canario, sonrió al
adivino, abrió su cartera, sacó un billete, pago sobrado, metió la premonición
escrita en las telas y mantuvo la sonrisa hasta su casa.
-
¿Hoy no piensas pedirme nada? –preguntó a su esposa
-
Me duele la cabeza
-
¡Qué canario tan tonto!
-
¿Qué dices?
-
Nada –y se durmió
Ella lo
consideraba un hombre obseso con su trabajo y a veces esa situación le causaba
jaqueca. Consideraba que su esposo no respetaba horario ni actividad. A la hora
de la comida, él consultaba sus libretas de cálculos donde estimaba la
cantidad de luz y velocidad, aperturas y exposiciones para que sus fotografías
salieran perfectas. A veces hasta tenía sus químicos al lado de la mesa,
“echando gases venenosos” –según palabras de su mujer. “¿Cuándo dejarás de
envenenarnos?”. “Sí, espera, tengo que entregar esto antes de las seis”.
Estudiaba cada detalle, tiempo, velocidad, lente, papel, solución, temperatura,
humedad. Sacaba tablas y cronómetro. Revisaba sus manuales y siempre salía con
la conclusión de una mezcla exacta cuyo resultado se resumía en fotos perfectas
tanto por la toma como por la impresión.
No
siempre se bañaba, pero algunas veces mientras lo hacía, aprovechaba para hacer
pruebas con sustancias y verificar en qué condiciones de humedad las reacciones
prometidas por el fabricante de los reactivos se cumplían. Como un niño jugando
con su pato de hule. A la hora de dormir no escatimaba en soñar con el trabajo
y de este modo aprovechar el sueño para resolver problemas, reafirmando así su
teoría de las 25 horas trabajadas al día porque las del sueño trasncurren más
lento. Por eso se despertaba de forma repentina para ir a hacer alguna prueba y
ganar la certeza del dominio sobre un problema resuelto técnicamente.
Quizá
su mujer no se hubiera cansado de la rutina si ésta le hubiera reportado
beneficios económicos. Pero ambos estaban cansados de que tanto trabajo le
generara tan poco dinero. Su puesto de fotografía estaba en la parte frontal de
la plaza. A veces se ayudaba un poco con el adivino del canario, algunos
paseantes de la plaza iban por su suerte y luego se tomaban una foto sobre todo
si la suelte resultaba favorable. El le había preguntado al adivino cual era el
truco. “No hay truco –le dijo- es como la cámara, la gente cree que el canario
adivina, pero esta entrenado para tomar el papel que yo le digo, todo depende
de que semillitas le doy, si de estas o de estas”. El había notado el orden actual
y no el inverso, primero la suerte y luego la foto. Como si la sonrisa fuera
prueba de algo. También tenía teoría para eso: solo alguien que desea probar su
suerte, se atreve a hacerse tomar una foto. Tenía algo de vestuario para marcar
la diferencia con sus competidores, por si algún cliente quería disfrazarse o
salir de traje, algunas sillas cómodas y sombreros. Algunos escenarios de
fondo. Odiaba a esas señoras alzadas que llegaban a la plaza para tomarse una
foto con sus mejores ropas y regateaban por el precio del servicio.
-
¿De qué quiere salir, de hacendada, de política, de poeta o hacedora de hechizos?
-
Quiero salir de yo misma –dijo la mujer de apariencia millonaria que hablaba y
vestía como las señoñras de los cuentos, mientras volteaba a ver a su marido.
“Entonces
quítese dos kilos de pintura y comenzamos el trabajo”, pensaba, pero decía otra
cosa como se dicen también en los cuentos:
-
Muy bien señora, vamos a hacerle un recuadro con fondo de árboles que contraste
con su vestido colorido, un trabajo muy fino por lo que le cobraré solo 100
pesos
-
¿100 pesos? ¿Pues qué va a fotografiar mi futuro?
“No
señora, para eso, al parecer solo tendría unos minutos”, pensaba, pero decía
otra cosa, pues sabía que como él, existían muchos, así que tenía que
luchar con buenos precios y modales:
-
Claro, le hacemos su descuento, al fin que sabemos que va a venir con sus
amigas a tomarse más fotos y traerá a sus nietos el día de reyes
-
¡Señor! Yo no tengo nietos –decía mientras se le reclamaba que la confundiera
con una mujer anciana, y peor aún, de la clase trabajadora, pero quien más
podía estar en la plaza pública-, no me crea tan vieja, si así me ve, no es que
mi piel se haya ya desvanecido, si no que sus ojos ya se vencieron, y se
equivoca, esta es la única vez que vendré, y el hecho corresponde a que mi
fotógrafo el Maestro Mishimo Sayuri, de las Lomas de Chapultepec, está enfermo
y ha cerrado su negocio de fotografía, no confío en nadie más de la zona, sólo
están en busca de cazar fortunas, y creo que aquí puedo encontrar gente que
aunque sea notoriamente humilde, es notoriamente un poco más honesta. Sepa que
yo y mi marido estamos en la plaza por motivos de negocios.
-
Caray, muchas gracias por el cumplido, sobre todo proviniendo de alguien
de un barrio de tal alta alcurnia –dijo y les pidió que más tarde pasaran por
la foto ya revelada.
Seguido
había de ese tipo de casos. Mientras hacía el trabajo de revelado en una cabina
de un metro cuadrado que tenía al lado de la banca donde se sentaba el anciano
del canario, meditaba en muchas cosas sobre la gente que se tomaba fotografías.
Él sabía que eran personas solas y a quienes envejecer les dolía mucho, tenían
que dejar constancia de que habían pasado por jóvenes. O incluso, que
sabiéndose ya viejos, tenían que dejar constancia de que eran mucho más jóvenes
que lo que serían 5 años más tarde. Así la foto no era una constancia del
presente, sino una estafeta eterna y candente, una futura constancia de que el
pasado había sido mejor. Por eso la gente saca sus fotografías para la
mesa de centro o para el piano, sólo varios años después de que fue tomada. El
creía que todos buscaban conservar para la eternidad sus mejores momentos. Eran
sus teorías.
Diafragma…
luz. Menos acá. Empezar desde poco, un poco más. Cuando una persona nace, le
toman una foto, luego, hay fotos para el bautizo, para la comunión. Todas
esas las toman los padres sin que el niño se entere. Luego vienen las del niño
cuando sale de primaria, de secundaria, de todas ellas se hacen cargo los
padres y los niños participan fingiendo sonrisas o acciones. Luego cada persona
busca hacerse de fotos de distintas etapas de la vida. De preparatoria, no sólo
de momentos académicos sino hasta de las fiestas y borracheras. Y los que
tienen la suerte de estudiar alguna carrera universitaria, tienen una
fotografía de generación donde salen todos sus compañeros, esa foto tiene un
valor casi similar al del título. En los médicos es tan importante esa foto
porque así como con el título demuestran que estudiaron, con la foto
demuestran que lo hicieron con otras personas, y que fueron muchas, y que ahora
son sus mortales competidores, por lo que tiene que ajustar sus precios, es la
prueba de que están en un mercado de competencia y que prometen no cobrar más
que los otros. Como pasa con mis colegas los fotógrafos. Luego vienen las fotos
de la boda donde cada quien demuestra que elije bien el presente pero no el
futuro. En cambio mi amigo el adivino no tiene competidores y puede hacer lo
que se le antoje. Es como la vida premia la originalidad, no dando competidores.
Pero en el envejecimiento todos compiten. Las fotos del envejecimiento ya
cuentan a cargo de los otros y vuelven a ser como las de los niños. Uno no
quiere ser retratado viejo, pero al mismo tiempo, quiere demostrar mañana que
también fue como lo es hoy, así que resulta inevitable. Una foto también es
como sacar el papelito de la suerte, pero en vez de sacarlo un canario lo saca
una máquina. El papelito dice… hoy te ves… más viejo. Y pagar por ello. Es
cuando más útil resulta congelar el presente. Y buen fotógrafo puede hacer que
una persona rejuvenezca unas horas, días o hasta años. Todos quisieran retratar
su muerte, pero es lo único que no ha sido posible hasta hoy. ¿En realidad no
se puede retratar el momento de la muerte? Cuanto será de esto.
Ya
tenía una nueva obsesión en que pensar. Pero cuando acababa su trabajo,
terminaban sus reflexiones técnicas, luego filosófics y el poco pago lo
obligaba a considerar reflexiones económicas. Si tenía que repetir la
foto por algo, o se le echaba a perder un poco de material tenía que poner de
su bolsa. Así que cuando veía que estaba por vencerse algún material, era
cuando sacaba fotos a sus hijos. El negocio no daba margen. Salía lo suficiente
para comer y comprar un poco de ropa de doble uso, para él, su esposa y sus
tres hijos. Un amigo le dijo que en unos 5 años, las fotos ya se sacarían
con cámaras de 100 pesos conectadas a la computadora, que sería más barata la
cámara que el precio que cobraba él por una copia y no lograba imaginarlo pero
pensó que tenía comenzar a aprender de esas cosas si no quería que el destino
lo alcanzara. Para colmo ni siquiera eran amables los clientes. Si había gente
altanera, pero incluso aquella mujer tenía un esposo que era persona razonable.
-
Me ha gustado mucho la foto que ha sacado a mi mujer, ahora quiero una,
necesito verme entero, con porte, usted me entiende
-
Haremos un recuadro, con un fondo del edificio del banco, para que contraste su
sobriedad con el barroco, eso le dará un toque de elegancia
Al
hombre le gustó la foto y no paraba en halagos a sus habilidades fotográficas,
nunca se había visto tan elegante.
-
Yo pensaba que usted era un fotógrafo común y corriente, pero veo que es todo
un artista, usted debería estar dejando algo para el recuerdo. Llámeme por
favor –le dijo, mientras le extendía la mano con una de sus tarjetas de
presentación- le tengo un trabajo importante.
Ese
mismo día se abstuvo de hablar pues pensaba que iba a pasar por urgido, así que
espero 2 días y 6 horas para finalmente hablar animado, esa le pareció una
buena medida. Poca velocidad con mucha luz.
-
Señor Joe, que bueno que me habla, justo estaba pensando en usted
Luego
le explicó detalladamente que él era publicista y que se hacía cargo de varias
promociones turísticas así como guías, libros y tarjetas postales de todas las
ciudades del país y ahora preparaba un libro solicitado por el gobierno para
promover la plaza principal como un atractivo, que por eso había estado en la
plaza. Como todo proyecto del gobierno había mucho dinero de por medio.
-
Quiero que me haga varias, por el momento necesito una de esta plaza viendo
hasta la avenida, que salgan los edificios históricos, que se vea este lugar
como aislado, sin gente, el libro se va a llamar “Una plaza llena de tiempo”.
Quiero una foto hermosa donde sólo se vea la plaza, nada de gente ni autos, ah,
tampoco quiero fotomontajes.
Cuando
Joe supo de la paga, aceptó el trabajo sin chistar, era lo que ganaba en seis
meses. Resultaba interesante además, que no se tuviera que mover de su lugar de
trabajo y estar haciendo un trabajo muy especial. Comenzó a hacer sus pruebas,
soñó algunas soluciones. Luego en su mismo lugar, dejó todos los químicos
mientras hacía pruebas y más pruebas.
Al
principio no le pareció tan complicada la petición. Retratar la plaza vacía,
sin nadie. Sólo tendría que ir muy temprano cuando no hubiera gente y darle la exposición
adecuada a la película. Así hizo algunas pruebas. Nunca había llegado tan
temprano. Había algunas personas que no sabía que hacían tan temprano. Comenzó
con sus experimentos. Fijó su cámara, enfocó los edificios y cuidó que se
apreciara un poco la avenida y sus autos. Hizo algunas pruebas exponiendo la
cámara con diferentes tiempos hasta que logró que se borrara casi todo. También
tomó distintos ángulos. Había puesto un letrero indicando que ese día no daría
servicio. Fue a analizar las pruebas. Le gustó mucho la toma frente a su
negocio, un poco desde atrás, se veían edificios clásicos y un poco el negocio
del anciano. Mientras la vida de la plaza seguía. Regresó al día siguiente que
era domingo, para la foto final.
Llegó a
las siete de la mañana, ya que había luz. Fijó el tripié y luego la cámara dio
los datos de exposición, hizo algunas anotaciones, tomo lecturas de la luz,
fijo la apertura de su cámara lo más bajo que pudo y dio click, todo el tiempo
necesario. Quedó abstraído de todo lo demás. Estuvo vigilando la luz y otras
cosas y pasaron varias horas. Ya para las seis de la tarde, se dispuso a
terminar la fotografía. Termino la exposición. Nunca había dejado una
exposición de tantas horas, le recordó a los inventores de la fotografía. Retiró
la cámara sacó el rollo, le dijo adiós al adivino y se fue a su casa. Allá la
revelaría. “Ya vaya a casa que está tosiendo un poco”. Le preguntó como si
todos tuvieran casa. El viejo le sonrió mientras movía la cabeza.
Ni
siquiera cenó, se fue directo a su laboratorio y sacó los negativos. Reveló y
esperó a que se secaran, luego tomó las fotografías y fue a verlas a la mesa de
su comedor. Sacó una lupa y observó los detalles.
Estaba
la plaza vacía, sin un solo auto, ni gente. Ni siquiera perros. El truco había
funcionado. Con la lupa observó que no todo estaba vacío. Había alguien en la
plaza. El viejo adivino con la jaula. Sentado. Como suspendido en el tiempo.
Quería decir que el hombre no se había movido en todo el tiempo que tomó la
fotografía. De inmediato salió a la plaza y fue a ver a su amigo para ver si
todo estaba bien. Ahí seguía, sentado en la misma posición. Se acercó. Por
instinto abrió la puerta de la jaula al canario, le dio unas semillas, y el canario le dio un papel pero lo guardó.
Se acercó con su amigo y lo movió pero no tuvo ninguna reacción. Le tomó el
pulso y de inmediato llamó a la ambulancia. La cual llegó y se fue al ver que
era ya un cadáver. Se lo llevaron a la morgue.
-
Este hombre lleva veinticinco horas muerto –fue la conclusión de la parte
forense
En el
velorio abrió los papeles.
Amarillo.
“La plaza congelará el tiempo”. Rosa “Recibirás un gran pago por tu trabajo
pero heredarás una mascota”. Aún no comprendía todo pero aún quedaban cientos
de papeles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario