domingo, 31 de marzo de 2013

El extraño caso del hombre de la plaza sola



Joe Sánchez, cansado ya de trabajar diariamente veinticinco horas y veinte minutos oyó la queja de su mujer.
-          Eso no es posible, lo máximo que puede trabajar una persona es una jornada de 24 horas, y eso, falta restarle las horas de sueño y las de comida, que en tu caso son equivalentes. Así que en el peor de los casos tú trabajarías unas quince a lo mucho. Exagerando muchisisísimo unas veinte, pero de cualquier modo deberías trabajar sólo 8. Dice el tío Juancho que anda en eso del budismo, que trabajar más de 6 es inmoral, porque con un desempleo del 25 por ciento, si todos los que trabajan, trabajaran 25 por ciento menos, todos tendríamos trabajo, además…

Joe le decía que no, que seguramente El Más Allá le estaba reservando horas de trabajo para cuando muriera y cada hora que debiera sobre una estimación de 25 al día, se las cobrarían después de la muerte.  Tenía la teoría de que eso era un pacto demoniaco porque el diablo, veía en sus colegas fotógrafos unos competidores desleales. “Que irá a ser de nosotros y de tu negocio cariño, estamos envejeciendo y no tenemos nada, quisiera que alguien me contestara”. Ese día, antes de montar su estante en la plaza, decidió jugar por primera vez con su vecino de puesto, el adivino de los pajaritos. Un hombre anciano, con muchos achaques, al que siempre le preguntaba si podía adivinar el momento de su propia muerte. El anciano se reía sentado desde la banca mostrando los huecos entre sus dientes. “Soy feliz pero no me caería mal la muerte, la vida debería acercarte un veneno cuando lo que respiras no es aire” El juego del que vivía ese hombre y que ofrecía como magia era simple: el hombre montaba sobre una mesa alta y  plegable una jaula donde había un canario y enfrente una cajita de madera con papelitos doblados de colores que con el contraste del color del animal hacían una fiesta a los ojos. El cliente que demandaba datos sobre su suerte abría la puerta al canario que el ave tomaba como una invitación y salía dando brincos pequeños como si el piso de la jaula estuviera caliente, iba a  la caja de donde sacaba con el pico un papel. Mientras el viejo hacia un esfuerzo para levantarse de la banca, enfocaba el texto del papel, lo leía, y luego se lo mostraba a su cliente como si fuera prueba de que no mentía. Todo lo escrito es cierto, aunque sea contradictorio. Cualquiera podía adivinar en qué sentido iba la suerte por las muecas de los participantes. Su suerte quedó echada.

“Alguien te pedirá algo imposible y lograrás complacerlo”

Joe se quedó pensando con la mirada al aire por unos instantes. Luego sonrió. Pensó que el canario se refería a su mujer quien desde hacía unos días se había vuelto un tanto fogosa o quizá pasional y había pedido cosas que en ese momento, ya alejado de su mejor época, le parecían milagros. Aunque sabía, como también sabía la ciencia médica que no era lo mismo milagros que imposibles,  Joe le alcanzó a acariciar su pequeña cabeza al canario, sonrió al adivino, abrió su cartera, sacó un billete, pago sobrado, metió la premonición escrita en las telas y mantuvo la sonrisa hasta su casa.
-          ¿Hoy no piensas pedirme nada? –preguntó a su esposa
-          Me duele la cabeza
-          ¡Qué canario tan tonto!
-          ¿Qué dices?
-          Nada –y se durmió
Ella lo consideraba un hombre obseso con su trabajo y a veces esa situación le causaba jaqueca. Consideraba que su esposo no respetaba horario ni actividad. A la hora de la comida, él consultaba  sus libretas de cálculos donde estimaba la cantidad de luz y velocidad, aperturas y exposiciones para que sus fotografías salieran perfectas.  A veces hasta tenía sus químicos al lado de la mesa, “echando gases venenosos” –según palabras de su mujer. “¿Cuándo dejarás de envenenarnos?”. “Sí, espera, tengo que entregar esto antes de las seis”. Estudiaba cada detalle, tiempo, velocidad, lente, papel, solución, temperatura, humedad. Sacaba tablas y cronómetro. Revisaba sus manuales y siempre salía con la conclusión de una mezcla exacta cuyo resultado se resumía en fotos perfectas tanto por la toma como por la impresión.
No siempre se bañaba, pero algunas veces mientras lo hacía, aprovechaba para hacer pruebas con sustancias y verificar en qué condiciones de humedad las reacciones prometidas por el fabricante de los reactivos se cumplían. Como un niño jugando con su pato de hule. A la hora de dormir no escatimaba en soñar con el trabajo y de este modo aprovechar el sueño para resolver problemas, reafirmando así su teoría de las 25 horas trabajadas al día porque las del sueño trasncurren más lento. Por eso se despertaba de forma repentina para ir a hacer alguna prueba y ganar la certeza del dominio sobre un problema resuelto técnicamente.

Quizá su mujer no se hubiera cansado de la rutina si ésta le hubiera reportado beneficios económicos. Pero ambos estaban cansados de que tanto trabajo le generara tan poco dinero. Su puesto de fotografía estaba en la parte frontal de la plaza.  A veces se ayudaba un poco con el adivino del canario, algunos paseantes de la plaza iban por su suerte y luego se tomaban una foto sobre todo si la suelte resultaba favorable. El le había preguntado al adivino cual era el truco. “No hay truco –le dijo- es como la cámara, la gente cree que el canario adivina, pero esta entrenado para tomar el papel que yo le digo, todo depende de que semillitas le doy, si de estas o de estas”. El había notado el orden actual y no el inverso, primero la suerte y luego la foto. Como si la sonrisa fuera prueba de algo. También tenía teoría para eso: solo alguien que desea probar su suerte, se atreve a hacerse tomar una foto. Tenía algo de vestuario para marcar la diferencia con sus competidores, por si algún cliente quería disfrazarse o salir de traje, algunas sillas cómodas y sombreros. Algunos escenarios de fondo. Odiaba a esas señoras alzadas que llegaban a la plaza para tomarse una foto con sus mejores ropas y regateaban por el precio del servicio.
-          ¿De qué quiere salir, de hacendada, de política, de poeta o hacedora de hechizos?
-          Quiero salir de yo misma –dijo la mujer de apariencia millonaria que hablaba y vestía como las señoñras de los cuentos, mientras volteaba a ver a su marido.
“Entonces quítese dos kilos de pintura y comenzamos el trabajo”, pensaba, pero decía otra cosa como se dicen también en los cuentos:
-          Muy bien señora, vamos a hacerle un recuadro con fondo de árboles que contraste con su vestido colorido, un trabajo muy fino por lo que le cobraré solo 100 pesos
-          ¿100 pesos? ¿Pues qué va a fotografiar  mi futuro?
“No señora, para eso, al parecer solo tendría unos minutos”, pensaba, pero decía otra cosa, pues sabía que como él, existían  muchos, así que tenía que luchar con buenos precios y modales:
-          Claro, le hacemos su descuento, al fin que sabemos que va a venir con sus amigas a tomarse más fotos y traerá a sus nietos  el día de reyes
-          ¡Señor! Yo no tengo nietos –decía mientras se le reclamaba que la confundiera con una mujer anciana, y peor aún, de la clase trabajadora, pero quien más podía estar en la plaza pública-, no me crea tan vieja, si así me ve, no es que mi piel se haya ya desvanecido, si no que sus ojos ya se vencieron, y se equivoca, esta es la única vez que vendré, y el hecho corresponde a que mi fotógrafo el Maestro Mishimo Sayuri, de las Lomas de Chapultepec, está enfermo y ha cerrado su negocio de fotografía, no confío en nadie más de la zona, sólo están en busca de cazar fortunas, y creo que aquí puedo encontrar gente que aunque sea notoriamente humilde, es notoriamente un poco más honesta. Sepa que yo y mi marido estamos en la plaza por motivos de negocios.
-          Caray, muchas gracias por el cumplido, sobre  todo proviniendo de alguien de un barrio de tal alta alcurnia –dijo y les pidió que más tarde pasaran por la foto ya revelada.

Seguido había de ese tipo de casos. Mientras hacía el trabajo de revelado en una cabina de un metro cuadrado que tenía al lado de la banca donde se sentaba el anciano del canario, meditaba en muchas cosas sobre la gente que se tomaba fotografías. Él sabía que eran personas solas y a quienes envejecer les dolía mucho, tenían que dejar constancia de que habían pasado por jóvenes. O incluso, que sabiéndose ya viejos, tenían que dejar constancia de que eran mucho más jóvenes que lo que serían 5 años más tarde. Así la foto no era una constancia del presente, sino una estafeta eterna y candente, una futura constancia de que el pasado había sido mejor.  Por eso la gente saca sus fotografías para la mesa de centro o para el piano, sólo varios años después de que fue tomada. El creía que todos buscaban conservar para la eternidad sus mejores momentos. Eran sus teorías.

Diafragma… luz. Menos acá. Empezar desde poco, un poco más. Cuando una persona nace, le toman una foto, luego,  hay fotos para el bautizo, para la comunión. Todas esas las toman los padres sin que el niño se entere. Luego vienen las del niño cuando sale de primaria, de secundaria, de todas ellas se hacen cargo los padres y los niños participan fingiendo sonrisas o acciones. Luego cada persona busca hacerse de fotos de distintas etapas de la vida. De preparatoria, no sólo de momentos académicos sino hasta de las fiestas y borracheras. Y los que tienen la suerte de estudiar alguna carrera universitaria, tienen una fotografía de generación donde salen todos sus compañeros, esa foto tiene un valor casi similar al del título. En los médicos es tan importante esa foto porque  así como con el título demuestran que estudiaron, con la foto demuestran que lo hicieron con otras personas, y que fueron muchas, y que ahora son sus mortales competidores, por lo que tiene que ajustar sus precios, es la prueba de que están en un mercado de competencia y que prometen no cobrar más que los otros. Como pasa con mis colegas los fotógrafos. Luego vienen las fotos de la boda donde cada quien demuestra que elije bien el presente pero no el futuro. En cambio mi amigo el adivino no tiene competidores y puede hacer lo que se le antoje. Es como la vida premia la originalidad, no dando competidores. Pero en el envejecimiento todos compiten. Las fotos del envejecimiento ya cuentan a cargo de los otros y vuelven a ser como las de los niños. Uno no quiere ser retratado viejo, pero al mismo tiempo, quiere demostrar mañana que también fue como lo es hoy, así que resulta inevitable. Una foto también es como sacar el papelito de la suerte, pero en vez de sacarlo un canario lo saca una máquina. El papelito dice… hoy te ves… más viejo. Y pagar por ello. Es cuando más útil resulta congelar el presente. Y buen fotógrafo puede hacer que una persona rejuvenezca unas horas, días o hasta años. Todos quisieran retratar su muerte, pero es lo único que no ha sido posible hasta hoy. ¿En realidad no se puede retratar el momento de la muerte? Cuanto será de esto.

Ya tenía una nueva obsesión en que pensar.  Pero cuando acababa su trabajo, terminaban sus reflexiones técnicas, luego filosófics y el poco pago lo obligaba a considerar reflexiones económicas.  Si tenía que repetir la foto por algo, o se le echaba a perder un poco de material tenía que poner de su bolsa. Así que cuando veía que estaba por vencerse algún material, era cuando sacaba fotos a sus hijos. El negocio no daba margen. Salía lo suficiente para comer y comprar un poco de ropa de doble uso, para él, su esposa y sus tres hijos.  Un amigo le dijo que en unos 5 años, las fotos ya se sacarían con cámaras de 100 pesos conectadas a la computadora, que sería más barata la cámara que el precio que cobraba él por una copia y no lograba imaginarlo pero pensó que tenía comenzar a aprender de esas cosas si no quería que el destino lo alcanzara. Para colmo ni siquiera eran amables los clientes. Si había gente altanera, pero incluso aquella mujer tenía un esposo que era persona razonable.

-          Me ha gustado mucho la foto que ha sacado a mi mujer, ahora quiero una, necesito verme entero, con porte, usted me entiende
-          Haremos un recuadro, con un fondo del edificio del banco, para que contraste su sobriedad con el barroco, eso le dará un toque de elegancia
Al hombre le gustó la foto y no paraba en halagos a sus habilidades fotográficas, nunca se había visto tan elegante.
-          Yo pensaba que usted era un fotógrafo común y corriente, pero veo que es todo un artista, usted debería estar dejando algo para el recuerdo. Llámeme por favor –le dijo, mientras le extendía la mano con una de sus tarjetas de presentación- le tengo un trabajo importante.

Ese mismo día se abstuvo de hablar pues pensaba que iba a pasar por urgido, así que espero 2 días y 6 horas para finalmente hablar animado, esa le pareció una buena medida. Poca velocidad con mucha luz.

-          Señor Joe, que bueno que me habla, justo estaba pensando en usted

Luego le explicó detalladamente que él era publicista y que se hacía cargo de varias promociones turísticas así como guías, libros y tarjetas postales de todas las ciudades del país y ahora preparaba un libro solicitado por el gobierno para promover la plaza principal como un atractivo, que por eso había estado en la plaza. Como todo proyecto del gobierno había mucho dinero de por medio.

-          Quiero que me haga varias, por el momento necesito una de esta plaza viendo hasta la avenida, que salgan los edificios históricos, que se vea este lugar como aislado, sin gente, el libro se va a llamar “Una plaza llena de tiempo”. Quiero una foto hermosa donde sólo se vea la plaza, nada de gente ni autos, ah, tampoco quiero fotomontajes.

Cuando Joe supo de la paga, aceptó el trabajo sin chistar, era lo que ganaba en seis meses. Resultaba interesante además, que no se tuviera que mover de su lugar de trabajo y estar haciendo un trabajo muy especial.  Comenzó a hacer sus pruebas, soñó algunas soluciones. Luego en su mismo lugar, dejó todos los químicos mientras hacía pruebas y más pruebas.

Al principio no le pareció tan complicada la petición. Retratar la plaza vacía, sin nadie. Sólo tendría que ir muy temprano cuando no hubiera gente y darle la exposición adecuada a la película. Así hizo algunas pruebas. Nunca había llegado tan temprano. Había algunas personas que no sabía que hacían tan temprano. Comenzó con sus experimentos. Fijó su cámara, enfocó los edificios y cuidó que se apreciara un poco la avenida y sus autos. Hizo algunas pruebas exponiendo la cámara con diferentes tiempos hasta que logró que se borrara casi todo. También tomó distintos ángulos. Había puesto un letrero indicando que ese día no daría servicio. Fue a analizar las pruebas. Le gustó mucho la toma frente a su negocio, un poco desde atrás, se veían edificios clásicos y un poco el negocio del anciano. Mientras la vida de la plaza seguía. Regresó al día siguiente que era domingo, para la foto final.

Llegó a las siete de la mañana, ya que había luz. Fijó el tripié y luego la cámara dio los datos de exposición, hizo algunas anotaciones, tomo lecturas de la luz, fijo la apertura de su cámara lo más bajo que pudo y dio click, todo el tiempo necesario. Quedó abstraído de todo lo demás. Estuvo vigilando la luz y otras cosas y pasaron varias horas. Ya para las seis de la tarde, se dispuso a terminar la fotografía. Termino la exposición. Nunca había dejado una exposición de tantas horas, le recordó a los inventores de la fotografía. Retiró la cámara sacó el rollo, le dijo adiós al adivino y se fue a su casa. Allá la revelaría. “Ya vaya a casa que está tosiendo un poco”. Le preguntó como si todos tuvieran casa. El viejo le sonrió mientras movía la cabeza.
Ni siquiera cenó, se fue directo a su laboratorio y sacó los negativos. Reveló y esperó a que se secaran, luego tomó las fotografías y fue a verlas a la mesa de su comedor. Sacó una lupa y observó los detalles.
Estaba la plaza vacía, sin un solo auto, ni gente. Ni siquiera perros. El truco había funcionado. Con la lupa observó que no todo estaba vacío. Había alguien en la plaza. El viejo adivino con la jaula. Sentado. Como suspendido en el tiempo. Quería decir que el hombre no se había movido en todo el tiempo que tomó la fotografía. De inmediato salió a la plaza y fue a ver a su amigo para ver si todo estaba bien. Ahí seguía, sentado en la misma posición. Se acercó. Por instinto abrió la puerta de la jaula al canario, le dio unas semillas,  y el canario le dio un papel pero lo guardó. Se acercó con su amigo y lo movió pero no tuvo ninguna reacción. Le tomó el pulso y de inmediato llamó a la ambulancia. La cual llegó y se fue al ver que era ya un cadáver. Se lo llevaron a la morgue.
-          Este hombre lleva veinticinco horas muerto –fue la conclusión de la parte forense
En el velorio abrió los papeles.
Amarillo. “La plaza congelará el tiempo”. Rosa “Recibirás un gran pago por tu trabajo pero heredarás una mascota”. Aún no comprendía todo pero aún quedaban cientos de papeles.

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