domingo, 31 de marzo de 2013

Arts et metiers


Francois De Sevua tenía que llegar a las 9:00 a la discusión sobre algunos temas de migración Marroquí que había tratado en su tesis de doctorado, si tenía éxito era casi seguro que le daban pronto el grado. La urgencia era porque al día siguiente sería la celebración de la Revolución Francesa y se atravesaban sábado y domingo. Sus vacaciones en el bosque de Puy-de-Dôme le habían alejado un poco de la enorme astilla que era su titulación. Salió de su casa, camino rápidamente por la Rue des Lavandières y se metió en la estación de Chatelet Les Halles, dudo de si tomar metro o autobús. Ella siempre prefería el autobús pero estaba cansada de que sonara su teléfono celular y el metro impedía la señal en varias zonas así que prefirió este medio, tampoco le gustaba apagar el aparato, sentía que actuaba mal. Se dirigió a la ciudad universitaria donde le indicaron que su sinodal la citaba en su casa, así que regresó al metro.

Ella como joven investigadora de sociología sabía que tenía que convencer a sus colegas de sus hipótesis. Según ella, la migración africana que comenzaba a tomar una importancia económica importante por quitar a los franceses –según los representantes de la derecha- sus fuentes de empleo, se debía no a ninguna de las leyes del que llamaba molesto Ravenstein el Einstein de la migración, sino simplemente al instinto animal. Se repetía Einstein, instinct, Einstein, instinct, le sorprendía el parecido de las dos palabras. Según ella, los humanos migraban orientados por un polo magnético como las aves. De manera instintiva por cuestiones puramente naturales, y según ella, París era el polo magnético del mundo. Esta obsesión ya se la había refutado Jaques Lesbrone, doctor en historia cartográfica. Pero el también doctor, Samuel De Villepin le había “torcido el camino” –según uno de los lectores de la tesis- con “unas teorías extravagantes” sobre el equilibrio y el yin yang. De una forma u otra, ella ahora había convertido su tesis en un manifiesto migratorio. Varios de los lectores se oponían a darle el grado e incluso suscitaba algunas burlas al estilo francés, “mejor haz un manifiesto contra la migraine”, “que migraña es lo único que da al leer tu trabajo”, indicó su propio director de tesis.

Estaba absorta en sus problemas por no poder convencer a nadie del trabajo. Había reunido importantes datos sobre migración en el mundo que según ella, había ayudado a distintos países como Estados Unidos, Australia, Irlanda, Canada, Israel, México, Argentina y Brasil para iniciar su industrialización. Comparaba a las naciones con mayor número de migrantes con las que tenían pocos migrantes y observaba cierta correlación con la velocidad del crecimiento económico. Tenía detractores al respecto que le refutaban que no era lo mismo la velocidad de un crecimiento económico desde cero que desde cotas más altas. Por el poco control que tenían los mismos académicos con su lengua, el asunto había salido de las aulas y espacios universitarios. Varios periodistas la habían entrevistado por considerar su teoría al menos novedosa. Por ello, distintos miembros del Partido por un Movimiento Popular la odiaban y sentían que ella era un peligro para las instituciones. Según ella habían politizado el asunto.

“Nunca ha salido de europa pero defiende a los pueblos del mundo”, había declarado el diputado Daniel Veroux, “quisiera que viera cuantas enfermedades traen estas personas” pero según datos de un periodista comunista, dicho legislador era el responsable de numerosas intimidaciones hechas contra la estudiante. “Busca dar alimento y sustento a haraganes negros que desde el momento que dejaron de ser esclavos comenzaron a sentirse patrones”, grito en una ocasión un candidato a Senador que proponía trabajos forzosos y cárcel por 10 años a todo aquel inmigrante al que se le sorprendiera sin documentos migratorios. 

Francoise se sentía abrumada por sentir que el problema se le había salido de las manos. Jóvenes de La República, un movimiento socialista, ya había impreso su imagen en grandes carteles como parte de una campaña de protección altruista al migrante cuyo lema era “Et si par hasard t'apparaît dans le Tiers Monde?“. En algunos carteles traducían el lema a idiomas de migrantes como el español o el árabe. Eso daba al asunto, según el publicista que les ayudaba, cierto aire metropolitano. En el barrio latino el poster decía “¿y si de pronto te aparecieras en el tercer mundo?”. “Idiotas, debieron decir Et si t'apparaîtrais sudain dans le Tiers Monde?... si t'apparaîtrais sudain… si t'apparaîtrais sudain… », pensaba ella. Como si la frase mal lograda le molestara verla junto a su rostro bien logrado. Abajo del slogan estaba su foto, sus dientes blancos, rubia, y sonrojada porque se la habían tomado en el momento que ella había tratado de explicarles que no era una militante, solamente una investigadora. Les exponía teorías epistemológicas sobre la observación del problema por parte del sujeto, pero la seguían tomando “como un estandarte, como una virgen, como un ejemplo”. Sólo se decía a si misma “¿Virgen?”. 

Al llegar a su destino todo empeoró. Ya casi nadie apoyaba su teoría y sólo escuchaba recriminaciones. “¿No puedes entender que estás usando la magia en vez de la ciencia?”. Ella se extrañaba por que parte de los críticos eran a su vez migrantes. Mogozky era ruso. El profesor Farfen era Holandés.”Ni siquiera hablas alguna de las lenguas esas del tercer mundo”. El mismo Clauvier era japonés y se había tenido que cambiar su apellido Klu Bo, a algo que sonara más francés como si con esa operación pudiera acortarse los ojos y esconder su origen. “No aguantarías dos horas en un país de esos”. ¿Entonces que quería?. “Sólo queremos que uses la ciencia, no la guija”, se burlaba Mogozky. 

En el capítulo III de su tesis, “Fundamento metafísico de la orientación del humano”, exponía el poder del magnetismo sobre el cuerpo. Bajo los reglamentos de la escuela era imposible pedirle que lo quitara pues estaba basado casi exclusivamente en trabajos y citas de profesores de la misma universidad que consideraban que la metafísica debía estudiarse desde el punto de vista científico. Ella había asistido a experimentos del departamento de física donde algunos investigadores proponían que las leyes universales, por cuestiones probabilísticas no siempre se habían cumplido. Uno de ellos indicaba que el mismo origen del universo, probablemente había surgido en un momento que se había dado la probabilidad de uno entre google plex de que todos los átomos del universo caminaran hacia la misma dirección. “Todo es posible, pero es improbable que ocurra, pero si el origen del universo se dio en condiciones de infinita improbabilidad, cualquier cosa puede ser cierta”. Y el universo se destruiría cuando volviera a ocurrir un hecho de infinita improbabilidad. Es decir, en este sentido, el universo era simpleente un instante entre dos hecho de infinita improbabilidad. Decía el profesor Lee Wong, de origen Chino. “Hay relaciones entre las cosas, como estableció el sabio Plotino, que la ciencia no logra comprender”, completaba.

Al final de la discusión, cuatro de los cinco sinodales determinaron que era preciso que cambiara su tema de tesis pues este estaba generando problemas para la entrada de recursos del gobierno a la universidad. 

Entristecida, caminó hasta el metro en Pont de Levallois-Bécon y contó que faltaban 16 estaciones para la de Arts et Métiers. Encontró un asiento y lo tomó. Cerró sus puños y se hizo a la idea de estirar un dedo cada estación, cuando se acabara los de las manos iría con los de los dedos de los pies que podía mirar gracias a que llevaba sandalias. Sacó sus cuadernos de su bolso y miró las anotaciones de Lee Wong, el único sinodal que la defendió. Mientras trataba de leer, la interrumpían constantemente. Primero una gitana que gritaba que predecía que el mundo se acabaría esa misma tarde. “Esta gitana lleva 10 años prediciendo lo mismo, pero sólo es cuestión de tiempo para que su premonición se exitosa”, pensaba. Luego dos negros etiopes que bailaban hip hop cada que cerraban las puertas le hicieron pensar que si un negro se podía parar en dos dedos, era absolutamente probable cualquier cosa. También recordó una revista pornográfica que vio en su adolescencia y la dejó marcada para siempre, en la que un negro sostenía con su miembro sexual una piña. Evidentemente el mundo estaba hecho de sorpresas.

Leía un poco, miraba el vagón, los pasillos, la gente. Casi lograba contar que la mitad eran extranjeros. Si todo era probable, también era probable que en ese instante el magnetismo universal obligara a sus sinodales a llamarle para decirle que había sido una broma. “¿Por que de las cosas infinitamente improbables, normalmente sólo ocurren las que además de infinitamente improbables son horrorosas y no los milagros?”. Ya tenìa 9 dedos estirados, faltaban sólo 7 estaciones.“¿Habría que canonizar al universo por haber puesto de acuerdo a todos sus átomos a dirigirse a un punto específico?”

¿Sería cierto lo que decía Farfen de que una susceptibilidad genética predisponía a la gente de piel oscura a pedir limosna?. El razonamiento le decía que no. Pero la mujer morena parada frente a ella pidiéndole dinero era un argumento a favor. Entre más avanzaba, más gente morena entraba como si la realidad se sinronizara a sus pensamientos o al revés. Siempre le habían parecido raros los productos que vendía la gente afuera de la Torre Eiffel, cajitas de música, focos fosforescentes, de todo. Alguna vez había comprado alguna que otra novedad. Este día veía más novedades, cosas raras, chinas. Desde siempre a los chinos les gustaron las novedades, ¿o no era la polvora y la brújula una novedad en su momento?, pensaba. ¿Por qué nadie protesta por la migración de productos, sólo por la humana, frustraba su pensamiento. Entró un hombre a vender discos piratas. Nunca les había entendido mucho a los vendedores, su acento extranjero, la rapidez con la que hablaban como si estuvieran siempre a punto de echarse a correr. Pero ahora no les entendía absolutamente nada. Ya estaba contando con los dedos de los pies, solo faltaban dos estaciones. Ahora prácticamente toda la gente era morena. ¿Habría aumentado la migración mientras ella estaba en el trayecto? ¿Dónde habìan entrado tantas personas raras?. Seguramente en Paris Saint Lassare, esa tienda Printemps Redoute, siempre atrae gente rara, supuso. Vio a uno que otro humano de tipo francés. Se decepcionó cuando uno de ellos comenzó a hablar inglés. Con tanto que odiaba a los norteamericanos. Sentía que ahora los vendedores eran más que los viajeros. Vio pasar al tren del otro sentido y se sorprendió que ahora era anaranjado. Estaba repleto. Tenía que salir ahora. Se paró pero había tanta gente que no podía avanzar. El tren cerró las puertas y continuó. Ni modo, tendría que regresar a la siguiente pero le costó tanto trabajo que pasaron tres estaciones. Debería estar en la Rue San Maur, cerca de donde vivía su prima Dole. Pedía permiso y todos volteaban como si no le entendieran. “Señorita”, le gritaban. “Pendeja”, escuchaba. Salió por fin del vehículo y no reconoció nada. No era San Maur, quizá no había contado bien y era Pere Lachaise o Gambeta. Esas estaciones nunca las había visitado. Preguntó a alguien pero no le entendió nada, sólo movía las manos asustada. Subió las escaleras y preguntó al policía que le dijo “yo no espik inglish”. Prefiriò salir a la calle y por un momento pensó que todo había sido sólo un error, de algún modo había viajado en círculo. Estaba ahí el famoso letrero de Cahletet, el rococo que leía Metropolitane. Pero al lado decía Estación Bellas Artes. Pensó que la palabra foránea era parte del programa para el migrante. Sintió alivio y corrió pero en vez de ver el teatro de la villa, vio un extraño edificio Art Deco. Esa parte de Paris no la conocía. Ya ni siquiera estaba segura de que era París. Quizá en los dos meses que estuvo de vacaciones la comunidad europea había dejado entrar a Egipto como socio y habían construido un túnel subacuatico. No, no era posible. Bueno tampoco era posible otra cosa. Quizà se había quedado dormida y algunos trabajadores de la línea 2 la habían llevado a otro trenviendo su dirección en su carnet… no, eso era más improbable. Pero tampoco era posible esto. De pronto vio a unas personas que hablaban francés y eran guiados por una persona de aspecto latino francoparlante que les explicaba. Corrió e interrumpió la explicación, les preguntó que si la estación de enfrente era la de Arts et Metiers. Le indicaron que no. Preguntó si era la línea 2 y le dijeron que sí. Pensando que quizá tuviera alguna confusión, pensó que quizá ella seguía de vacaciones y no estaba en Paris. Preguntò que si ahí era Paris y todos se rieron. Uno más sádico dijo que sí y apuntó hacia la Torre Latinoamericana dicièndole que era la Torre Eiffel. Sacudida y sofocada comenzó a dar gritos y un cuerpo de paramédicos se acercó preguntándole si estaba bien. A la pregunta paradójica sólo respondía moviendo la cabeza negativamente. El hombre le dijo lenta y pausadamente mientras actuaba lo que decía con las manos “soy socorrista de la Cruz Roja de la Ciudad de México, usted está sufriendo un shock, está perdida, este es el palacio de Bellas Artes del Centro Histórico de la Ciudad de Mëxico, la atenderemos y la llevaremos a su hotel”. Entonces ella recordó la frase “Et si t'apparaîtrais sudain dans le Tiers Monde?... « Respiró profundo, sonrió al socorrista y pregnutó en su pésimo español « donde es la universidad? ». Fuera donde fuera que estaba, sabría que ahí le entenderían. Le ayudaron a tomar un taxi que recibió sus euros y la llevó a la Ciudad Universitaria donde 1año después terminó su doctorado, fue contratada y ocasionalmente viajó a su tierra natal a defender sus teorías en conferencias.

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