para Fernando Paredes,
Froy ya se había cortado antes las venas sólo que nadie lo
notó. Su padre creyó un día que le decían Froy por Freud, que siempre
conversaba, leía y preguntaba cosas, pero era por Froylando. “¿A poco es de
cariño que así te dicen?”. “Sí”, contestó con orgullo a quien lo miraba de
reojo como buscando alguna prueba de que en realidad no fuera su hijo. “¿Cómo
alguien puede tenerte cariño?”, le preguntó su progenitor y lo vio tres o cuatro
veces más en su vida. Froy siempre supo que él mismo se parecía a alguien, pero
nunca supo exactamente a quién, pues ni con su padre guardaba semejanzas. Quizá
buscando a su semejante fue que se hizo amigo de todos. A veces parecía que
buscaba pistas para encontrarse y las anotaba en una pequeña libreta que casi
siempre cargaba.
Así que era socorrido para ser confidente, padrino y amante.
Cuando fue propuesto como padrino de Juanito Vistrain, dijo, como buen guía y
para no quedar mal con los compadres, que se subiría el día de la primera
comunión, al tule del patio de la Iglesia de San Marcos –santo en quien por
supuesto no creía–, y ya en la fiesta con 500 pesos de morralla en los bolsillos,
comenzó a sacar monedas y “tirarlas para arriba”. “Ni modo que para abajo”, alcanzó
a decir su padre, quien coincidía con el párroco en que su hijo no era buen
candidato para el padrinaje, rito que demandaba una estructura de personalidad
sólida. “Mira, es un espejismo democrático llamado bolo. Es namás para que la
gente crea que la justicia llega de arriba”, dijo Froy frente a su cerveza, ya
en la mesa comiendo tamales, luego de cumplir su promesa. “Tu eres un padrino joven,
no debes andar diciendo esas cosas a los niños, porque muchos te admiran”, le dijo
su comadre contenta de que los chamacos se sintieran millonarios y en seguida
le miró restos de heridas en el antebrazo. “Pero mira como quedaste”. Froylando
se miró así mismo percatado de lo terrible que se veía la herida y fue cuando de
la nada declaró haberse caído desde lo más alto a la hora del bolo y haberse
raspado con la madera vieja de ese impresionante árbol. Mientras platicaba su
aventura recordaba el baño donde había quedado desmayado luego de trazarse las cuatro
líneas paralelas con el cuter. Mientras corría la sangre, él se había desmayado
y gracias a su rápida coagulación se había salvado de la muerte. “Pues yo
estaba tan emocionada que no noté cuando te caíste del árbol”, le dijo la mujer
que le acariciaba la costra. “Es que con la emoción del dinero del bolo nadie
puso atención”. “Que rápido te coagula, es lo bueno de estar delgado, si apenas
fue hace unas horas y ya se oye el toc toc de la costrita, es que eres un
compadre joven”, seguía diciendo mientras con su uña tocaba la costra dura y
con sus dedos rosaba los vellos del padrino joven con suavidad electrocutante.
El compadre los licaba y conociendo la historia de ambos no dejaba de anotar al
margen. “Si quieren platicar más tranquilos ¿por qué no pasan a la sala que tiene
menos ruido que aquí?... o se suben arriba”. “Ni modo que abajo”, dijo la
mujer. “Aquí estamos bien compadre, namás le estoy contando a tu vieja como es
que me caí del tule”. “¿Te caíste? Mira que eres discreto hasta para eso”.
“Hasta para comer”, añadía Froy mientras se atragantaba de más tamales “de
verde y de rojo” que le acercaban varias personas. Algunos amigos pensaban que
no engordaba por su afición al porno y por tal motivo ya había iniciado a
algunos en ese arte.
Ya para la noche los borrachos fueros declarados non gratos
y acompañados a la calle donde siguieron sus andanzas, los niños recién
bautizados fueron declarados casi santos y llevados a dormir y el padrino joven
fue declarado el mejor padrino del mundo al que por no haber cantidad de
alcohol suficiente para tirarlo, lo mantuvieron en la fiesta. Esa noche se quedó
a dormir en la casa de los anfitriones. Juan Vistraín, padre de Juanito,
cansado de todo el alboroto, se subió a dormir, mientras la madre del niño
continúo con el compadre en la sala, admirando su costra. “Pero deveras que te
coagula la sangré en chinga compadre … ¿y cómo te caíste?”, decía la mujer admirándolo
y sentada frotando sus piernas contra la alfombra.
Al día siguiente Froy ya no traía la costra, la había dejado
por algún lugar entre raspón y raspón. Su comadre la buscó en vano en la sala. El
compadre joven Nada más lucía las leves escoriaciones paralelas. Observó que si
trazaba una línea más con el cuter en diagonal, haría un cinco como los que
hacen los carceleros. En el camino a su casa saludaba a todos sus “interlocutores”,
como el les llamaba a esos con quien se quedaba platicando por horas en los
patios o en las cantinas y constituían casi la totalidad de la colonia. El
exceso de alcohol no lo emborrachaba pero esos días de cruda, de pronto le originaban
algún dolor en la cabeza entre la frente y el parietal. Pasó a la farmacia que
todavía era Botica Hermendia y se compró una bolsa llena de aspirinas. Las fue abriendo
en el camino y al llegar a su casa las vació todas en un vaso. Luego comenzó a
comérselas a puños como si fueran sus jols de hierbabuena que a veces tomaba
para aclarar la garganta de tanto que platicaba y otras para apagar un poco el
olor a mariguana. Cuando las dejó todas en el vaso vio que ya no le cabía el agua
así que fue por una botellita de agua y se comenzó a tragar toda la dosis. Para
la tarde ya estaba en el hospital.
“¿Porque comiste tantas?” Es que no se me quitaba el dolor
de la cruda”. “No hagas esas tonterías que eres un padrino joven y los niños te
admiran”. Varios lo visitaron, incluido su padre que llegó a pedirle prestado
algo de dinero. “¿Ya viste porque me aprecian?”, dijo Froy sacando unos
billetes que sabía que estaba regalando. “Porque eres un padrino joven, pero casi
te mueres y solo me has dado un nieto”. “Si el semen viajara por internet
tendrías diez mil”. “Internet”, repitió su padre y se fue. Froy volteó la
cabeza hacia la almohada y cerró los ojos. Al día siguiente lo dieron de alta y
antes de ir a su casa pasó al local de
los Depresivos Anónimos. Se entraba por una puerta gris al lado de la fábrica
de zapatos que tenía una chimenea gigante con una escalerita, a donde a veces
se subía su entrañable amigo Ramiro Silvestre para gritar que se iba a tirar
porque ya no aguantaba la vida. Froy se reía y le decía que al rato lo veía en
el grupo. “En serio me voy a tirar, ya no aguanto la vida”. Froyl se atacaba más
de la risa y le decía que ya se bajara, que en la junta había agua de sandía.
“Te digo que me mato”. Las carcajadas de Froy crecían y le lanzaba cosas, como
un día hizo con una bolsa con estiércol de perro que estaba tirada en la calle.
Cuando al intento de suicida le cayó, le gritó que se las pagaría, que en
verdad un día se las pagaría. Al rato estaban los dos en la junta de los
Depresivos Anónimos, no eran tan anónimos porque todo mundo los veía entrar por
aquella puerta gris, pero si eran depresivos. A veces hacían fiestas y a veces
les daba por hablar pestes de la vida.
El día del estiércol de perro la mayoría del grupo trataba
de alejarse de Ramiro pero Froy se acercó tapándose la nariz porque era su
cómplice de risa.
“El secreto de la vida no es hacer lo que te guste si no que
te guste lo que hagas” dijo el guía cuando el par de depresivos llegaba, tarde
para variar. “Dios los hace y ustedes se juntan”, les dijo al par mientras se
secaba las lágrimas causadas por su propio discurso. Froy se reía.
“Compañero, ¿porque tanta risa?”. “Pues se supone que
estamos aquí para ser felices”. Todos se rieron incluyendo al guía y luego le
dijo “Tu no tienes remedio” y se terminó de secar las lágrimas. Luego siguió
diciendo cosas. “La vida te da opciones, tu… tú tomas las decisiones”. “No
importa de donde seas, tus sueños valen”. “Si no te amas a ti, como vas a amar
a alguien”. Los asistentes decían que sí a todo, excepto Froy y Ramiro que
hacían pequeños comentarios entre ellos.
“Solo los tolero
porque ya se que andan mal, tu eres un padrino joven y los niños te siguen, no
deberías desistir de los buenos caminos”. Algunas de esas frases Froy las
anotaba en su libreta, las veía de reojo y le parecían más graciosas.
Luego de las juntas, Froylando y Ramiro se iban a tomar un
par de cervezas al bar Pinopa. Entraban un momento al baño y se fumaban medio
cigarro de mariguana. Ese lugar les gustaba porque ponían música variada. Los
dos habían prometido ser músicos de niños, y ninguno había cumplido. A veces
había música en vivo y les dejaban tocar un palomazo. “Tocamos mejor que esos
pinches músicos de tambora”. “Pero no somos sobrinos del dueño”. “Hasta para
ser un pinche chuntatero hay que tener influencias”.
Se les iba el resto del día, hasta que se aburrían y se iban
a su casa para descansar un rato e irse a trabajar a las seis del siguiente día.
A Froylando lo esperaba su esposa y su hijo. A Ramiro, lo esperaba Quintillo,
un perro viejo y un poco sarnoso. Bastaba que le contagiara la comezón para que
Ramiro saliera corriendo a la fábrica y se montara para gritar que se iba a
tirar.
Un día feriado salió Froy con su mujer y su hijo y pasaron
por la fábrica de zapatos. Ahí estaba Ramiro gritando que se iba a tirar. Froy
se le quedó mirando a su mujer y levantó a su hijo para señalarle al hombre de
la chimenea. Luego dijo con orgullo, “ese es mi amigo”. “¿Vuela?”, preguntó el
niño. Froy le gritó a Ramiro “¿Qué si vuelas?”. “Me voy a tirar”. “Nos vemos mañana
Ramiro”. “Me voy a tirar”. “Un día me llevas”. Froy tomaba su libretita y
anotaba o dibujaba algunas cosas. “Me voy a tirar”.
Veía a Ramiro y hacía algunas anotaciones en su cuaderno. Recordó
que en la secundaria había sido bueno con la física.
F=Ma
“En serio me voy a tirar”. Anotaba también algunas notas
musicales. Comenzó a estudiar música pero nunca hizo el examen de la prepa.
Había preferido darle dinero a su amigo El Morongas que “tramitaba” documentos.
Era famoso porque había logrado sacarle placas al Vochocraft, el famoso bocho
que volaba ideado por Ramiro que adaptó unas alas y una hélice. “Desde entonces
le gustaban las alturas”, anotó un día Froy en su cuaderno. Algunos dijeron que
Ramiro no era realmente un genio porque había tomado el invento de la revista
Mecánica Popular. “Sabe seguir instrucciones”. El caso es que nadie quería
registrar ese vehículo volador en plena ciudad. En la oficina de tránsito le
dijeron que no era posible registrar
aviones, pero él le dijo que no era avión.
-Pero vuela
-Apoco a los aviones le dan también tarjeta de circulación
-No
-Sin embargo circulan
Ante ese argumento más determinada cantidad de dinero aceptaron
darle tarjeta de circulación al Vochocraft. Ese vehículo, cuando había mucho
tráfico, volaba unas calles y aterrizaba en algún baldío o calle sola. Algunos
de los niños vagos ayudaban por una propina en preparar “la pista” de
aterrizaje y librarla de otros vehículos. Era frecuente que Ramiro le diera un
aventón a Froy para que llegara a tiempo a su trabajo. Un día domingo el
Vochocraft iba sobrevolando palacio de Gobierno cuando no pudo librar una de
las torres y tuvo una falla para caer desde 10 metros a la explanada de la
plaza. Froy vio cómo iba cuando Ramiro. La gente se juntó para ver como sacaban
del vehículo a la esposa de Ramiro embarazada del que iba a ser el primer
ahijado de Froy. Ella estaba ensangrentada y muerta. Ramiro también estaba ensangrentado.
El primero en acercársele fue un perro medio enfermo que comenzó a lamerle las
heridas. Ramiro casi muerto se rió porque se acordó que a ese perro todas las
perras se le alejaban y le llamo Quintillo. El Vochocraft se fue al tiradero y
Ramiro unas semanas al hospital y otras tantas a la cárcel. Morongas fue
investigado y todos los trámites hechos por él fueron cancelados, incluyendo el
certificado de preparatoria de Froy que mostraban promedio de 10 absoluto. Froy
suspendió sus estudios oficiales como músico y Ramiro como ingeniero. “Por
sacar chueca la tarjeta de circulación”. “No seas pendejo, a poco crees que la
torre con la que te estrellaste la construyeron sin mordida”.
“Te digo que me voy a tirar”. “Te aviso que me voy a tirar”.
Froy subió la vista para gritar algo pero Ramiro venía en
camino hacia el suelo. Froy soltó a su niño y todavía alcanzó a reír.
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