Fue rápidamente al llamado de su jefe. Hizo la
reverencia tradicional hasta la cintura, a la orden de Okane San, paso a
sentarse para escuchar la nueva indicación. Seguramente, pensó, le pedirían que
ahora superara el diseño anterior que había sido un éxito pero el competidor
había sacado un producto superior en unos cuantos meses. Sería una ardua tarea,
seguramente comenzaría de inmediato, aprovechando que era temprano.
Kento, siempre has sido un gran trabajador. Kento asentía,
pero algo no le gustaba en ese tono. Se quedó viendo la gruya que había hecho
el nieto de Okane San en la clase de origami de su escuela y ahora el jefe la tenía
en su escritorio como signo de buena suerte. Pero la suerte no llegaba, la
empresa estaba a punto de la quiebra. Quizá era porque la gruya estaba algo
defectuosa o quizá porque esa gran crisis japonesa era única en la historia. El
origami requiere práctica. Kento, siempre has llegado puntual. Kento fijo su
vista en la cabeza de la gruya; parecía que tuviera torcido el cuello. Kento, la
compañía cumplirá 50 años, y estamos muy agradecidos contigo; haremos gran
fiesta para los clientes a ver si nuevamente nos compran, invitaremos a todos
los clientes, les ofreceremos mucho sake, mucho sake, gastaremos mucho, una
gran fiesta. Kento, estamos muy agradecidos. Luego Kento miró las alas, también
parecían torcidas, pero parecían dispuestas a volar. Imagino que la gruya de
papel volaría por toda la habitación como un insecto, con sus alas chuecas. Kento,
es una vieja compañía. Kento volaba su vista en la habitación imaginando miles
de gruyas invadiendo con su aleteo esa voz tortuosamente lenta. Ya entendía de
que se trataba el problema. Kento, La compañía tiene muchos problemas,
necesitamos mucho dinero. Okane San, sacó un papel de su escritorio y lo puso
boca abajo. Primero, Kento pensó que Okane San intentaría hacer una gruya,
mientras le daba un discurso, luego lo dudo por sus manos lentas. Kento, lamento
mucho, sabemos que tienes hijos. Imaginó como el papel se volvía una gruya y
también volaba, y él se ataba con hilos a montones de gruyas que lo hacían
volar y escapar de ese lugar por la ventana de una vez por todas; afuera había
un aire fresco que disimulaba el calor de verano. Quizá podría soltarse en el
aire y acabar de una vez por todas con esto, o quizá irse al infinito. Kento…
Kento… Kento… este es un agradecimiento por todo el tiempo que trabajaste con
nosotros.
Tomó el cheque. Sintió la textura. Regresó a su lugar por sus
cosas. Siguió imaginando montones de gruyas. Guardo sus instrumentos en cajas
para devolverlos. Mientras esperaba algunos trámites en su lugar, con el cheque
hizo una gruya perfecta. Tomó del que aun era su cajón, una lupa y vio la
precisión de sus dobleces. La puso en una pequeña caja y la echó a la bolsa de
su camisa. Recibió una llamada. Se dirigió a la puerta y algunos de sus compañeros
también empacaban cosas y los que se quedaban hacían reverencias de despedida.
En el departamento de mercadotecnia, se veía por sus ventanas, al equipo sobreviviente
trazando líneas en el pizarrón. Organizaban la fiesta de 50 años de la compañía,
anotaban frases para un nuevo lema, y buscaban un nuevo logo. Buscaban que regalo
de agradecimiento dar a los clientes, pero todos eran carísimos para la
situación actual de la compañía, que apenas podría pagar unos cuantos meses los
salarios. Regreso caminando a casa para ahorrar el transporte y aprovechando
que estaba cerca. Imaginaba gruyas volando hasta que entró a su casa y vio a sus
cuatro hijos. Desdobló la gruya del cheque y se la dio a su mujer. Explicó que
ahora no tenía trabajo. Sacó su periódico. Baburu keiki leía el encabezado. Su
mujer leía el periódico mientras desasía la gruya del cheque. “Como es sabido
la crisis actual es producto de que las empresas han inflado los precios de los
terrenos y han pedido prestamos según los valores asignados. Han tenido más
dinero pero sobre una base inexistente. En cuanto el primero de los grandes inversinistas,
intentó recuperar su dinero, se vino una escalada que ha terminado en la
terrible crisis que padecemos, nadie sabe que pasará”. En la televisión los
noticieros también daban cuenta de tan terrible crisis financiera. Se informaba
de una escalada de suicidios. Miles de empresas han decidido recortar su
personal al mínimo y buscan sobrevivir rescatando pequeños clientes o trabajos,
la competencia en los mercados se intensifica”.
¿Que haremos? Dijo la mujer de Kento, viendo primero a los
niños, luego a èl y finalmente el cheque de la gruya desdoblada. Kento se sentó
y arrancó la primera plana del periódico. Rapido hizo una gruya y le dijo a su
familia que saldría un momento a dar la vuelta para pensar. Se llevó el periódico.
Por inercia caminó hacia la compañía. Cuando se dio cuenta de lo cerca que estaba
se sentó en una banca y se sintió desolado. Arrancó otra hoja del periódico e
hizo otra gruya. Luego cortó la mitad de una hoja e hizo otra, y luego con la
mitad de la mitad otra y así hasta que el papel era tan pequeño que no lo
podría manejar. Luego arrancó otra página y tras leer más noticias malas hizo
otra gruya. Cuando se le acabó ese periódico, fue a un puesto y compró otro, se
volvió a sentar y de nuevo hizo decenas de gruyas. Pronto tuvo que ir por más periódicos.
En el puesto vió una revista que contaba la leyenda de las mil gruyas. También
la pidió y la leyó caminando a su banca. Recordó que su abuela contaba esa
historia. Cuando uno hace 1000 gruyas puede pedir un deseo. Pensó que quizá
inconcientemente se había puesto a hacer gruyas. Las acomodó en la calle alrededor
de la banca, ya casi era de noche. Se había encendido el farol del parque.
Siguió haciendo gruyas. Dejó de pasar la gente, luego los autos y también el
tren. La luna alumbraba con ligeras sombras las gruyas de todos los tamaños, de
papel periódico con noticias apocalípticas. Toda la noche hizo más y más
gruyas. Unos chicos pasaron y les enseño a armarlas y estuvieron algunas horas
con él. Vio como amanecía, y como regresaban el tren, los autos y la gente. De
pronto escuchó su nombre. Kento. Eran Okane San y el director de mercadotecnia.
¿Estás aquí? Ayer habló tu esposa, dijo que saliste a caminar, y no regresaste.
Te fueron a buscar al monte Aokigahara.. ¿Qué? Yo no me suicidaría por esto. Decía
despacio arrastrando la mirada hacia sus gruyas. Cuando Okane San las vió de
inmediato se le iluminó el rostro y las señaló a su director de mercadotecnia,
quien preguntaba que era aquello en lo que tenía que fijarse. ¿No entiendes?.
Había tantas gruyas que llegó el responsable de limpia a regañarlo y a decirle que
le podrían imponer una multa por cada gruya tirada en el suelo así que debía
recogerlas. Al intentar calcular la multa las contó y eran mil. Era una suma
impagable. Mientras Okane San trataba de explicarle a su directivo. Sacudió a
Kento como despertándolo aunque en realidad llevaba varias horas sin dormir.
Ese será nuestro símbolo, la gruya. Y regalaremos eso en la fiesta, una gruya
hecha con papel periódico con noticias terribles de la crisis. Al director de
mercadotecnia se le iluminó el rostro y tiró en el bote de basura su cuaderno
con las notas del dia anterior. Industrias Okane tiene el honor de invitarlo a
su fiesta. Calidad y producto, nuestro lema. Movió a Kento y le dijo que
guaradaran todas las gruyas. Okane San abrió su portafolios y comenzaron a
meter todas las gruyas, o todas las que cupieron. Luego le dijeron que se
apurara, que iban hacia la oficina. Kentó seguía con su ultima gruya en la
mano. Cuando estaban en la oficina, Okane San convocó a todos a una gran junta
y ahí les dijo que Kento sería el director del evento. Mostró las gruyas. Y dijo
que serían su nuevo logo y regalarían una gruya a cada cliente, hecha con papel
de noticias malas, y revestido con una capa de laca plástica. Kento sonrió. En
ese momento sonó el teléfono y era la esposa de Kento. Se la pasaron y el le
explicó sonriendo. Ella, molesta, le dijo que habían gastado el cheque en ir a
Aokigahara donde creían que estaba para detenerlo si se quería lanzar. Se
habían tenido que hospedar ahí y esperaban el próximo camión a Tokio. El
comenzó a hablarle muy rápido y le dijo que tenían que devolver el cheque porque
le habían devuelto su trabajo. Colgó y todos aplaudieron. Luego sonó de nuevo
el teléfono. También le pasaron la llamada, eran del departamento de limpia.
Tonatiuh Meaney
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